Estaba de pie junto a las amarras y un montón de hierbas, hoy no me tocaba vender, sólo tenía que ordenar las hierbas y verduras, atarlas y limpiarlas. Ya me quedaba poco para terminar el turno, la gente aún entraba en el local a preguntar para qué sirve tal hierba y cómo se tomaba. Me fui a la bodega a buscar algo, ya no recuerdo bien qué era lo que buscaba. Entré en la bodega y miré a mi alrededor. ¿Porqué estoy haciendo esto? ¿Dónde estoy? ¿Este es mi trabajo? Eran las preguntas que me hacía en ese instante. Algo no andaba bien, de pronto no recordaba por qué estaba ahí, qué haría después de salir de ese lugar. Era como un ataque de olvido, me imagino que así debe ser el alzheimer, igualito a lo que me producía la zopiclona. Salí del local, estaba cerrando así que no consideré importante seguir ahí después de darme cuenta que no sabía donde estaba parada. Me devolví a preguntar a esa mujer alta y seria, ¿mi jefa?, si ella me podía decir qué hacía yo ahí, si ese era mi trabajo. La mujer me miró con cara de “no, otra vez está sucediendo” y me dijo que tuviera calma, que pronto todo se aclararía en mi mente. Eso me dio un poco de seguridad pero curiosidad. Ya estaba en la calle. Miré hacia todos lados. Tenía la sensación de estar en un lugar anticuado, las calles eran de tierra y la gente se vestía mal, tenían pinta de ser todos muy pobres. Las ropas de la gente eran feas y sucias, viejas. Caminé sin rumbo por la calle principal. Estaba en La Serena. ¿Qué extraño, estoy soñando? Pero no era la serena de 1990, era de otra época, yo tenía la certeza de que estaba en La Serena, cerca de Tierras Blancas pero no era como yo lo recordaba, esto parecía un viaje hacia el pasado, en vez de supermercado la gente venía a la feria y el local donde al parecer yo trabaja era la “farmacia” local, solo habían hierbas y verduras, eran los medicamentos de la época y de la gente pobre.
Llegué a la mitad del camino, esos árboles se me hacían conocidos, iba bien encaminada y además tenía la certeza de que iba en la mitad del camino. Me encontré con un joven, era flaco, vestía con ropa vieja y sucia, sus zapatos estaban rotos y llevaba un carrito viejo. Le pregunté si me ayudaba a llegar a mi casa en La Serena, me dijo que sí pero que su tiempo era valioso así que tenía que pagarle. Le dije que llegando a mi casa mi padre le pagaría. Al menos alguien me esperaba en casa, que alivio. Nos encaminamos hacia la costa, teníamos que llegar al sector pantanoso de la pampa baja y desde ahí subir a casa. Cruzando los primeros pantanos se nos unió una niña, también era pobre y entendía mucho mejor que yo donde estaba parada y la fecha. El joven se llamaba Eduardo, caminaba en silencio y ambas lo seguíamos. Yo lo encontraba bonito, y la otra niña también, pero era muy pobre para fijarme en él. Entonces ahora yo debía suponer que mi situación económica no era como la de ellos. Los caminos eran todos de Tierra, y específicamente en el sector de los pantanos era un barrial. Yo tenía cuidado de esquivar los charcos para no ensuciarme, en cambio Eduardo y la otra niña pisaban los charcos a propósito para salpicar a todo el mundo. Llegamos a una esquina. Creo que ya conocía a Eduardo desde antes. Ahora me asaltaba la duda si acaso yo era una persona con alzheimer que solía vagar por esos lugares cuando olvidaba mi vida y estas personas ya me conocían por lo rutinario de mi itinerario. La otra opción es que esto sea solo un sueño. ¿Y si no lo es?. Aún estoy confundida. ¿Yo venía saliendo de mi trabajo realmente? ¿voy camino a mi casa? No salgo de la confusión.
Desperté. Respiré. Era un sueño. Más tarde le conté a Eduardo, mi pareja, lo que soñé y me dio
la idea de escribirlo.
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